“Los scouts son una gran familia”.

Eso dicen todos los que han sido o son scouts.

Pero hay detalles que tocan esa vena familiar que todos tenemos.

A mí me tocó hace dos noches.

Tuvimos que llevar a nuestra hija pequeña al campamento por la noche, con retraso, por una serie de circunstancias.

Aprovechamos y pasamos a recoger unas medicinas extraviadas para el Padre Tejera.

Esa mañana, otra familia se había desvivido para llevar a nuestros otros dos hijos en su coche a la acampada, dada nuestra imposibilidad para hacerlo…

Todas esas acciones, bellos detalles de cariño y confianza que se realizan en cualquier familia.

Pero la guinda fue por la noche.

Cuando íbamos a despedirnos de todos tras dejar a nuestra hija, se hizo un mágico ritual que nos dejó con la “baba caída”.

Tras lavarse los dientes, los castores, los más “chiquitillos” del lugar, se acercaban en fila a la cocina de campamento, donde los padres voluntarios, se afanaban en acabar de recoger cacerolas y enseres.

Uno por uno, los castorcillos recibían un tierno beso de buenas noches por cada padre y madre allí presentes, para reconfortarles en la que, quizás, sería la primera noche que iban a pasar alejados de su mamá o de su papá.

Las caras de los niños eran de una ilusión maravillosa: a fin de cuentas nunca habrían recibido tantos besos de buenas noches.

Y la de los padres “prestados” no lo era menos.

Un precioso gesto que evidencia hasta qué punto nuestros hijos están en buenas manos.

Sin duda: una gran familia, llena de mágicos momentos.

Vía Grupo Scout SEK