Ya está aquí el verano, tiempo libre para los chavales, tiempo de escuela para los padres. Hay una fórmula para resolver esta contradicción: los campamentos.

Los que hemos vivido un buen campamento, no podemos por menos que recomendarlo. Los niños de ahora son muy cibernéticos, pero lo sepan o no, la videoconsola, el ordenador, la informática tienen su origen en la realidad.

La realidad primordial está en la naturaleza, de la que provenimos y en la que consistimos. Pero la cultura actual tiende a separarnos de la naturaleza, caer en la idolatría de la técnica y en la ilusión de que podemos dominar el mundo a nuestro antojo.

Nada más falso; pues así como el agua vuelve por donde solía, la naturaleza nos pasa factura por no respetarla.

Un buen campamento es una inmersión en la naturaleza, que no son sólo los grillos, las peñas y los truenos, sino una verdadera relación humana con los iguales y con los más adultos, una confrontación con las propias posibilidades, más allá de la rutina, un ensayo de vida sostenible, solo con lo esencial, para que lo esencial quede claro, pues ahora, para los niños, está oculto tras la cortina de las buenas notas, imprescindibles para ser alguien -una estrella del pop, catedrático o futbolista mediático.

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