Comienza nuestro apasionante viaje.
Desde que lo planeamos en Alicante, estábamos alucinando con lo que nos esperaba en Pirineos.
Una increíble marcha de tres días, los rutas, los seis. Hacía tiempo que no hacíamos algo todos juntos.
¡Y menos algo tan grande! Nos echábamos de menos y sabíamos que iba a ser un campamento de los que marcan, de los que son difíciles de olvidar.
Así que allí estábamos nosotros, preparados para comenzar a andar. Pero, un momento. No tan rápido. Antes de salir hay que hacer un buen calentamiento y unos estiramientos mañaneros.
La mente la teníamos más que preparada, después de haber imaginado tanto, de haberlo preparado todo, después de habérselo contado a todos nuestros amigos, conocidos… después de haberlo publicado en Facebook.
Pero el cuerpo aún no era consciente de todo lo que iba a pasar.
Ahora sí: cuerpo preparado, mochila a la espalda, pañoleta al cuello, comida para tres días, saco, esterilla, la mejor compañía del mundo, unas ganas enormes de volar, y unos guías que nos llevarían a lo más alto.
Dejando atrás el embalse Paso Nuevo, cerca de Benasque, nos unimos al GR11, por donde nos acercaríamos a los Montes Malditos. Todo un día de subida suave, era un camino tranquilo.
Canciones, juegos de memoria, fotos. Camino entretenido y divertido. Aún así no faltó sufrimiento. Antona, nuestro scouter (sí, ese que nos iba a llevar al fin del mundo), sufrió la odiosa visita de las ampollas.
Nada grave, teniendo en cuenta que contábamos con uno de los mejores equipos de curas de todo el Valle de Benasque: Álvar, proyecto de enfermero.
Entre hierba, árboles y rocas seguíamos el río por el valle de Ballibierna. Antes de lo esperado y con una acumulación importante de cansancio en el cuerpo llegamos a nuestro objetivo de ese día 1: el Ibón de Llosás.
A las ocho de la tarde nos esperaba un baño reconfortante, de esos que “dicen” que son buenos para la circulación, y una cena con unas vistas maravillosas, inefables.
Cuanto más nos costaba prepararnos la comida, más sabrosa y nutritiva se convertía.
¿Cómo conseguir que tres litros de agua hiervan al lado del ibón, donde nosotros mismos teníamos que sortear y repartirnos la ropa para aprovechar cualquier prenda que nos pudiera proteger del frío?
Allí, a más de 3000 metros de altura, nosotros, los supercaballeros rutas nos montamos nuestro rincón aislando del frío con esterillas, con nuestros propios cuerpos… con lo que fuera. ¡Esa sopa sí que estaba buena!
No nos importaba la sal que tuviera, ni siquiera el sabor que fuera. ¿A qué sabe una sopa insípida que ha tardado más de una hora en hacerse?
Sabe a ganas de disfrutar de toda esa belleza en la que estábamos inmersos. Era perfecta para pasar una noche al raso, reconociendo constelaciones.
¡Buenos días Ibón! ¡Buenos días rutas! ¡Buenos días Tempestades! ¡Allá vamos!
El día más duro, el día 2: Subida y bajada del Tempestades.
Redujimos mochilas dejando en el Ibón lo que no necesitáramos y emprendimos un escarpado camino.
¿Alguien cree que no podíamos superar cualquier obstáculo? Aunque tuviéramos que convertirnos en gatos monteses, esa subida era un reto que no firmaría nuestra rendición.
La cuestión es que estas experiencias hacen que se olvide todo. Sólo sabes que estás ahí, no sabes qué hay más allá, sólo ves la infinita belleza de las montañas vírgenes.
Sólo ves las rocas y las plantas que te rodean, el río que nace allí contigo.
Y lo más interesante es descubrir que no te hace falta nada más. Que allí está todo lo necesario. No es posible cansarse de ver siempre el mismo paisaje. Multitud de detalles esperando ser descubiertos por cualquier mirada curiosa.
Incluso a cada paso, el paisaje va evolucionando, el pico cada vez más cerca, nuevas rocas aparecen. Rincones donde se acumula la nieve, una sensación de suavidad.
¡Tempestades ya eres nuestro! A 3278 metros el aire no es el mismo. A 3278 metros más alto que nuestras casas en Alicante la sangre no circula igual. El corazón no late igual. Las ganas de vivir no son las mismas. La compenetración con tus compañeros de viaje aumenta. El mundo se ve diferente desde tan alto.
Efectivamente, el mundo que conocemos no se ve desde allí. Los problemas que nos atormentan habitualmente no están allí.
Es la naturaleza en estado puro, desde arriba.
La libertad que trae el viento inundaba nuestros cuerpos y nosotros nos alimentábamos de todas las sensaciones. Ese paisaje nos inundaba de paz, nos llenaba de fuerzas.
Nuevas personas bajarían de ese pico. Habíamos llegado a lo más alto superándonos a nosotros mismos. Estar allí arriba simbolizaba la eliminación de límites.
El viaje de bajada fue eterno. Estábamos sedientos, hambrientos y llenos de agujetas. Aún así llegamos antes de anochecer al albergue donde pasaríamos nuestra segunda noche.
A partir de aquí empezamos a disfrutar del equipo. Ya no teníamos delante una montaña, sino que teníamos detrás una historia en común, habíamos vivido nuestra aventura como rama, juntos.
Una intensa vivencia nos había unido más, teníamos al Sol por testigo.
Ahora sólo quedaba volver a Benasque donde nos recogería la furgoneta del campamento.
“Saca todo lo que no necesitas de tu cabeza y lo que pueda distraerte. Te sorprenderá todo lo que puedes hacer”, El Guerrero Pacífico.
Elena San Miguel Pérez, Grupo Scout Aitan