Todos hemos sido niños.
De hecho, aunque coleccionemos años en nuestras espaldas, una parte de nosotros sigue siendo infantil.
Y eso no está mal.
Es más, está muy bien.
Somos castores porque nos gusta lucir nuestra pañoleta e insignias como el primer día que conseguimos una.
Seguimos siendo lobatos porque no podemos evitar reírnos ante cualquier tipo de broma.
Y aún nos queda algo de rangers porque nos seguimos emocionando con nuestros proyectos, no hay nada inalcanzable.
Ya un poco más creciditos, seguimos manteniendo todas estas singularidades que hacen a los niños tan especiales, pero con la ventaja de que hemos crecido y madurado gracias a nuestro paso por las ramas de pioneros y rutas.