El lado aún peor: que esta mejoría, según explica un informe de Intermón Oxfam, no responde a una tendencia ni es tampoco consecuencia de las pacatas políticas de los países ricos.

Sólo ha sido simple suerte, la consecuencia de dos años de mejores cosechas; un repunte puntual que apenas cambia nada en este planeta idiota y cruel donde una de cada siete personas pasa hambre mientras que otra de cada cuatro padece de obesidad.

El hambre. Y la paz en el mundo, que diría una miss.

Cada seis segundos, un niño muere de hambre. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… seis.

En el tiempo en el que tardas en leer este artículo, serán quince muertes más.

Nos hemos acostumbrado a estos datos y a las fotos de niños rodeados de moscas con enormes barrigas llenas de nada con la compasión y la pasividad con la que se aceptan los terremotos, como un drama inevitable, irresoluble y natural; como parte del paisaje.

No es así, la Tierra ya no es maltusiana y produce alimentos suficientes para todos; esta estúpida tragedia es sólo un problema económico más de distribución de renta.

Hay incluso cálculos serios sobre cuánto costaría reducir el hambre en el mundo a la mitad y cumplir así con los Objetivos del Milenio que se fijó la ONU para 2015: unos 150.000 millones de dólares al año durante el próximo lustro.

Es mucho dinero, sí.

Algo más de la mitad de lo que ha gastado EEUU en la guerra de Irak, o poco más de un tercio de lo que costó el rescate mundial de la banca.

Vía Escolar.net