Al principio empezó siendo sólo una idea, hasta que al final nos decidimos a ir.
Y no nos hemos arrepentido en ningún momento de esa decisión.
Ya que nos íbamos a Polonia, creímos que lo mejor era ir unos días más a parte del campamento, así que 3 días antes de que empezase el campamento, llegamos a Cracovia.
En el aeropuerto de Cracovia nos recibió Anna, la coordinadora del equipo internacional del campamento (que era la que se encargaba de todos los Scouts no polacos del campamento).
Nos enseñó un poco Cracovia antes de que nos fuésemos a visitar las minas de sal de Wieliczka, una antigua mina de sal realmente que ahora se aprovecha para el turismo, pues (según el guía) el turismo sale más rentable que la sal.
Esa noche, después de las minas de sal, nos fuimos a Andrychów a dormir, donde nos acogieron Sonia (una scout polaca que uno de nosotros ya conocía desde hacía unos cuantos años) y su familia.
El segundo día fuimos a visitar Auschwitz, la cual es una visita obligatoria si vas a Polonia, aunque te muestra de forma muy directa la cruda realidad.
Y después de eso estuvimos por el pueblo, Oświęcim (Osvieunchim para los amigos), un rato, visitando el centro comerical y haciendo algunas compras, antes de intentar volver a Andrychów (que se lee Andrijóv) y perdernos, dado
que el GPS no sabía que el puente de la ciudad estaba cortado.
Esa noche nos invitaron a una pequeña barbacoa y nos fuimos pronto a dormir, porque al día siguiente era nuestro último día y nos íbamos a ir de marcha a Zakopane, para ver el “Morskie Oko”.
Fue un día cansado, pero mereció la pena, y esa noche ya dormimos en Cracovia.
Después de todo esto, nos enfrentábamos ya al inicio del campamento, pero para ello, antes teníamos que acercarnos estratégicamente al pueblo en el que íbamos a empezar, Szczawnica (este nunca supimos pronunciarlo).
Así que los organizadores de la ruta nos ofrecieron una casa cerca de allí donde pasar la noche, en Nowy Sącz (que ellos lo llamaban Novi Sanch).
Nuevamente nos acogieron estupendamente y volvieron a demostrar la increíble hospitalidad polaca (allí, además, nos ofrecieron un piso en Cracovia para pasar la última noche antes de volver a Madrid).
Y… ¡Por fin empezó el campamento!
Teníamos muchas ganas de empezar y de conocer a la gente de allí, aunque el primer día fue muy duro.
Conocimos a unos polacos muy simpáticos, los cuales acabaron siendo apodados “los madrileños”, con los cuales estuvimos durante todo el campamento y con los que tuvimos una muy buena relación.
Después de estar 3 días andando por los montes polacos y eslovacos, fuimos al campamento estable, que estaba situado en Piaski-Drużków (Piasqui Druscuv, o algo así).
Lo primero que nos asombró es cómo iban uniformados los polacos y cómo de en serio se tomaban las formaciones.
Fue una imagen que nos impactó mucho a los españoles, pero aun así, las ceremonias que hicieron, eran muy bonitas y seguro que, si les hubiésemos entendido todo lo que decían (y no sólo lo que nos traducían), nos habrían resultado
incluso emotivas.
Durante el campamento, además, había talleres, los cuales preparaba cada patrulla de las que iba allí.
De esa forma nosotros participamos en talleres de salsa, defensa personal o máscaras, entre otros.
Pero también tuvimos que preparar un taller y, cómo no, nosotros enseñamos a hacer tortilla de patata.
Y tras muchos buenos momentos, hacer muchos buenos amigos y felicitar a Sonia su cumpleaños tantas veces como a Cantim en un San Jorge, al final llegó el fatídico día, ese día el cual nos tocaba volver a marchar, irnos lejos de allí y dejar
una promesa: “volveremos”.
Nos fuimos con ganas de volver pronto a otro encuentro internacional.
Pero también nos fuimos con muchísimas ganas de volver a Polonia para disfrutar nuevamente ese bello país y para podernos reencontrar con todas aquellas personas con las que compartimos esos pocos días pero de una forma muy intensa.