Esto de Jesús es un misterio, porque hoy le contemplamos muerto y bien muerto. Si fue un hombre y solo un hombre, es raro que tanta gente siga
escribiendo sobre él.
Hubo en la antigüedad personajes más famosos de los que todavía se hacen novelas y películas y hasta canciones: Alejandro, Julio César, Napoleón; todos
triunfadores en algún momento, si seguimos hablando de ellos es porque ensancharon el mundo, unificaron un Imperio, impusieron la libertad con la razón de las armas.
No nos interesan ellos, sino el valor añadido de una aventura, la nostalgia de un mundo civilizado unido, la fascinación de un poder al servicio de la libertad.
Pero Jesús fracasó y ahí le tenemos, agonizante en una cruz y callado en un sepulcro.
Jesús es un paradigma de nuestra cultura: libros de Cristología, novelas sobre Él, poesía, imaginería en procesión, composiciones musicales, formas de organizar la convivencia familiar y comunitaria, instituciones educativas y sociales, arquitectura, hasta la gastronomía y la dietética llevan su sello personal inconfundible.
Nada de eso existiría si no fuera porque todo lo referente a Jesús es un misterio y tiene un fundamento: hay personas buenas, inteligentes, alegres, esperanzadas, solidarias, tolerantes y abiertas, ejemplares en su humanidad que, cuando se acercan al sacramento de la Confesión, se sienten y se viven intensamente pecadores.
¿Cómo es posible? Cristo les ha tocado el corazón, todo su ser, su persona entera y, ante Él, vivo en ellos, se sienten nada.
¿Son pocos? Siempre han sido pocos. ¿No viven en el presente? ¡Imposible!, pues todo el que vive está en el presente.
Ellas y ellos son los que, desde su encuentro personal con Jesús, han convertido esa experiencia en una fuente de humanidad, de cultura, de una nueva forma de vivir, tan nueva como el Evangelio, siempre vivo, siempre necesitado de interpretación, de escribirse día a día en las líneas de nuestro presente.
Antonio Matilla, sacerdote.
Consiliario General del Movimiento Scout Católico