Hoy en día podemos oír hablar de la filosofía de una empresa o equipo deportivo y quién no le ha dicho alguna vez a un vecino agobiado que hay que tomarse las cosas con filosofía.
Pero la filosofía está en peligro.
De eso se quejan los profesores de Secundaria y Bachillerato: los diferentes borradores de la reforma Wert, enésima reforma educativa de la democracia, no la dejan en buen lugar, pues deja de ser obligatoria en Bachillerato, para pasar a ser optativa.
¿Están los tiempos para filosofías con seis millones de parados y la pobreza y exclusión social creciendo?
Muchos padres y madres, incluso, verían bien que desapareciera, pues lo que interesa es potenciar asignaturas más prácticas, que sirvan para buscar empleo en un futuro.
Dos corrientes de opinión son contrarias a la filosofía y las dos se han unido, en matrimonio contra natura, para atacarla por donde la espalda pierde su casto nombre.
Por una parte la idolatría de la tecnología, que nos va a salvar de todos los males y a regalarnos la máxima felicidad.
Por otra, el relativismo que denunció el Papa emérito Benedicto XVI; todos tenemos derecho a opinar y, además, en democracia cada hombre-mujer un voto y lo que diga la mayoría es la verdad.
Si las máquinas nos resuelven casi todo y la verdad se reduce a estadística, ¿para qué queremos la filosofía?
La tecnología tiene una ciencia en su base.
La ciencia busca la verdad.
No se puede hacer ciencia ni buscar la verdad sin pensar.
En el asunto de la felicidad, vivimos en un mundo globalizado y cada vez más complejo donde el aleteo de una mariposa chipriota nos pone a todos nerviosos.
¿Cómo encontrar la felicidad sin pensamiento global?
Y resulta, además, que la felicidad es un asunto personal, o sea, familiar, comunitario, social.
¿Cómo llevar una vida buena –tan distinta de la buena vida de algunos- sin pensar y sin compartir el pensamiento?
La filosofía puso las bases de la ciencia y la vigila permanentemente para que no se engría.
La filosofía, en diálogo no siempre pacífico con la religión, ambas a la vez, están impidiendo en Occidente el progreso de los fundamentalismos.
El pensamiento filosófico, por último –no cabe más en la columna- siempre ha sido cimiento de la libertad.
¿Por qué quieren ahora degradarla?