Hay en el ideario del escultismo una rosa de los vientos vital, es la de los vientos que no pueden faltar en el alma scout: el amor, la libertad, la verdad y la bondad que se hace servicio alegre.
El viento más fuerte es el del amor.
Es la madre de todos los vientos que susurran en el corazón del hombre y mueve la historia humana.
“El amor es una fuerza extraordinaria, que mueve a las personas a comprometerse con valentía y generosidad en el campo de la justicia y de la Paz”.
El origen de esta fuerza la reconocemos en Dios que es Amor (1º Juan 4,8).
“La caridad es el amor recibido y ofrecido, es el regalo más grande que Dios ha dado a los hombres” y todo lo que se hace movido por ella adquiere un sentido nuevo.
La caridad nos hace felices y es el viento, que lejos de amainar con los años, crece en la medida que lo bajamos a las manos y nos dejamos empujar por él.
El segundo viento necesario para la vida scout es la verdad.
La verdad puede ser un huracán o una suave brisa, pero siempre ofrece una fuerza incontenible.
Quien vive en la verdad no le teme a nada ni a nadie.
Cuando concurren los vientos de la verdad y la caridad, entonces no hay fronteras que puedan contenerlos.
“La verdad es luz que da sentido y valor a la caridad”.
La verdad crea amistad, abre caminos, nos hace transparentes y es el viento que más construye cuando se trata de relaciones humanas.
Limpia, como el pampero, las vanidades de nuestra vida y despeja las dudas que siembra la apariencia.
La verdad es una, y si el scout quiere conseguirla debe saber que tiene que dejar de ser suya y del otro, para que sea de los dos.
El diálogo es el mejor camino para llegar a ella.
La verdad nos hace respirar un aire tan saludable, que nos ayuda comprender la razón de los demás.
Este viento desaparece con la mentira y nos damos cuenta porque pone “calma chicha” en el mar de nuestra vida.
Con la verdad pasa de todo, con la mentira no pasa nada.
El Gran Jefe se ha presentado como un Camino de Verdad y de Vida (Cfr. Juan 14, 6).
Nuestro corazón está hecho para la verdad y cuando se somete a ella alcanza su mejor altura.
El tercer viento, incontenible a veces, es el de la libertad.
La libertad es una vocación porque Dios nos creo libres y no esclavos de nadie.
Desde que fui lobato escuché que todo lo debía hacer en libertad y nada sin ella.
Amo la libertad, y no precisamente la del movimiento, sino aquella que me permite elegir lo que hay de “verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud” (Filp 4,8).
La libertad de cada persona es inalienable y por lo mismo, porque el scout es libre, es respetuoso de la vida de los demás, en especial de los más débiles y vulnerables.
Es tan importante en la vida moral la libertad, que el Apóstol Santiago nos recuerda que debemos “hablar y obrar tal como corresponde a los que hemos de ser juzgados por la Ley de la libertad.” (2,12).
El escultismo es una escuela hermosa para iniciarnos en la autoformación de la libertad, para que ante cualquier viento extraño, siempre elijamos lo verdadero, bello y bueno.
La libertad es un don maravilloso, que nada le envidia al vuelo de los pájaros, porque nos hace capaces de logros impensables.
Este viento se acaba cuando invadimos, ignoramos o pisoteamos la libertad de los demás.
Por eso San Pedro, hombre libre que decidió seguir a Jesús hasta dar la vida por él, nos recomienda: “Obren como hombres libres, y no como quienes hacen de la libertad un pretexto para la maldad” (1ºPe 2,16).
El Maestro fue plenamente libre, y como enseñó que no hay mayor amor que dar la vida por los amigos (Juan 15,13), entregó su vida para que fuésemos libres de verdad, como Él.
La libertad tiene su tendón de Aquiles y son las adicciones, basta con que una de ellas entretenga a la voluntad, para someterla.
La libertad no es el viento blanco del Aconcagua, pero es lo que más se le parece.
Finalmente, el último viento, el que hace volar las carpas a los cómodos y egoístas, es la suave aura de la bondad que se hace servicio alegre.
No hacen falta muchas palabras para definirlo, ni menos describirlo.
Tiene ciudadanía universal y todo el mundo lo reconoce como bueno.
Es un viento humilde como el paso de una hormiga, pero tan necesario como el agua y el aire para la convivencia.
Casi no se hace sentir, pero sus efectos son cordiales, porque entran sin más en el corazón del que lo recibe y hace bien.
Entre todos los vientos que pasan por el interior del hombre es el que más se recuerda, acaso por su gratuidad y la solidaridad que crea.
Viene de la mano de la alegría porque esta se alimenta del servicio.
Este viento también nos recuerda al Maestro, que se presentó así: “El Hijo del Hombre no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mateo 20,28).
Este viento se alimenta de la fuente de la alegría que brota de la bondad de Dios.
Se lo llama también viento testimonial, porque cuando lo ponemos en obra, los demás se dan cuenta quiénes somos y quién es el que nos inspira (Cfr. Juan 13,35).
Cuando jugaba con mi patrulla, con un dibujo mal hecho de la rosa de los vientos, jamás hubiese imaginado que con el tiempo iba escribir esto que les comparto.
Lo que sí sé, es que si no lo hubiese jugado antes entre amigos scout, nunca lo hubiese escrito.
“El Escultismo es un Gran Juego.” BP
+ Mario Aurelio Poli
Arzobispo de Buenos Aires
Consiliario Nacional de Scouts de Argentina
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