Ayer vino la Luz de la Paz de Belén.
La repartieron los scouts de MSC-Salamanca en la iglesia del Colegio Calasanz.
El domingo pasado, día 16, había llegado a Vitoria portada por tres jóvenes scouts católicos vascos y uno navarro que, a su vez, la habían recibido en el mediodía del sábado, en la catedral de Viena, en una ceremonia ecuménica, junto a delegaciones scouts de toda Europa y América.
Turnándose en turnos de tres horas de conducción cada uno, sin apenas parar, llegaron a la catedral de Vitoria tres horas antes de la ceremonia.
Cada año que pasa la Luz de la Paz se extiende más y más.
¿Una locura juvenil? ¿Una ingenuidad? ¿Un despilfarro en tiempos de crisis?
De todo un poco habrá, pero también una necesidad hondamente sentida por cualquier persona de buena voluntad, de todos los continentes y culturas: la Paz.
A pocos metros de la basílica de la Natividad, en Belén, donde un niño scout austriaco enciende cada año la llama, se eleva el muro que separa israelíes de palestinos.
Cerca, en los países árabes, con primavera o sin ella, la paz es ya una cuestión de supervivencia.
Lejos, en Salamanca y Zamora, en España, la crisis arroja a la exclusión social a más de un millón de personas, las cárceles siguen llenas; muchos de nuestros mayores, solos; hay niños que crecen en familias rotas y jóvenes que preparan la mochila para la nueva emigración.
Y Europa entera, sumida en una crisis de fe, de valores, sin esperanza ni sentido para la vida, ahogados en nuestra propia mustia abundancia, sin darnos cuenta de que los tiempos han cambiado y hace falta una renovación de alma, de espíritu; una economía más real, más sostenible y solidaria; una política menos corrupta y unos ciudadanos más responsables, más honrados.
La Luz de la Paz de Belén no es una locura juvenil.
Es el recuerdo vivo de que Dios se camufló entre pañales para compartir la vida de cada uno de nosotros porque asumió la condición de los pobres, de los últimos.
Y cargó sobre sí el pecado –robo, corrupción, abuso, explotación, egoísmo-, a pesar de no ser pecador.
¿Es una ingenuidad llevar esa Luz a las parroquias, a cada una de nuestras familias, a las residencias de nuestros mayores, a los ancianos ‘solos en casa’, a las instituciones, a la prisión?
Antonio Matilla, sacerdote.
Consiliario General del Movimiento Scout Católico