El 44% de los grandes talleres textiles y el 80% de los pequeños talleres de la India se concentran en el estado de Tamil Nadu.

Allí trabajan hasta 120.000 trabajadoras de la confección, de las cuales un 60% son Dalit, la casta más baja; y la mayoría pertenecen a la subcasta Arunthatiyar.

De todas estas mujeres, entre un 10 y 20% son menores de 14 años.

Para ser competitivos, en el mercado de «la máxima cantidad al menor precio», los productores textiles tienen que reducir el coste de producción.

Debido a que la mayor parte del coste de producción proviene de la fuerza de trabajo, la reducción de precio se consigue con condiciones laborales muy precarias y «feminizando» el trabajo.

Las mujeres son consideradas más dóciles, fieles, más disciplinadas y… más baratas.

La mano de obra femenina se consigue con un plan re reclutamiento: El plan Sumangali.

Este se sustenta en una fuerte publicidad, que promete una vida mejor, y en la figura del «reclutador», un enviado a pueblos pobres que localiza chicas de entre 14 y 21 años con dificultados económicas a quien prometen un contrato y un futuro esperanzador.

La empresa propone un contrato a estas chicas: alrededor de 2.900€ por tres años de trabajo, de los cuales una parte es retenida hasta la finalización del contrato y no será entregada si se interrumpe el contrato, aunque sea por causas médicas.

Además, también prometen tres nutritivas comidas al día, alojamiento y actividades educativas.

Pero a la práctica, las comidas son paupérrimas, el alojamiento nefasto y las actividades de pago.

La jornada laboral es de 72 horas semanales: 12 horas al día 6 días a la semana.

Los ratos de descanso son de media hora para comer y tres minutos para tomar un te.

Las horas extra no existen, los días de fiesta inexistentes en picos de producción y las trabajadoras dejan de cobrar si se niegan a trabajar fuera de su turno de trabajo.

Las 12 horas diarias a la fábrica las pasan de pie o con patines para no perder tiempo en los desplazamientos y así producir más.

Y a esto hay que sumarle el maltrato por parte de sus jefes, que tienden a dirigirse a ellas de forma abusiva y agresiva.

Las trabajadoras están aisladas y desprotegidas, ¿quién las va a ayudar?

Además, es recurrente que estas chicas vean perjudicada su salud, física y mental.

 

¿Dónde compramos la ropa?

¿Sabemos en qué condiciones trabaja la gente que la produce?

Vía No Dust Films