Hoy vivimos en un mundo que se va haciendo cada vez más «pequeño».
Por lo tanto, parece que debería ser más fácil estar cerca los unos de los otros.
El desarrollo de los transportes y de las tecnologías de la comunicación nos acerca, conectándonos mejor, y la globalización nos hace interdependientes.
Sin embargo, en la humanidad aún quedan divisiones, a veces muy marcadas.
A nivel global vemos la escandalosa distancia entre el lujo de los más ricos y la miseria de los más pobres.
A menudo basta caminar por una ciudad para ver el contraste entre la gente que vive en las aceras y la luz resplandeciente de las tiendas.
Nos hemos acostumbrado tanto a ello que ya no nos llama la atención.
El mundo sufre numerosas formas de exclusión, marginación y pobreza; así como de conflictos en los que se mezclan causas económicas, políticas, ideológicas y también, desgraciadamente, religiosas.
En este mundo, los medios de comunicación pueden ayudar a que nos sintamos más cercanos los unos de los otros, a que percibamos un renovado sentido de unidad de la familia humana que nos impulse a la solidaridad y al compromiso serio por una vida más digna para todos.
Comunicar bien nos ayuda a conocernos mejor entre nosotros, a estar más unidos.
Los muros que nos dividen solamente se pueden superar si estamos dispuestos a escuchar y a aprender los unos de los otros.
Necesitamos resolver las diferencias mediante formas de diálogo que nos permitan crecer en la comprensión y el respeto.
El mundo de la comunicación puede ayudarnos a crecer o, por el contrario, a desorientarnos.
El deseo de conexión digital puede terminar por aislarnos de nuestro prójimo, de las personas que tenemos al lado.
Sin olvidar que quienes no acceden a estos medios de comunicación social –por tantos motivos-, corren el riesgo de quedar excluidos.
Estos límites son reales, pero no justifican un rechazo de los medios de comunicación social; más bien nos recuerdan que la comunicación es, en definitiva, una conquista más humana que tecnológica.
Tenemos que recuperar un cierto sentido de lentitud y de calma.
Esto requiere tiempo y capacidad de guardar silencio para escuchar.
Necesitamos ser pacientes si queremos entender a quien es distinto de nosotros.
¿Cómo se manifiesta la «proximidad» en el uso de los medios de comunicación y en el nuevo ambiente creado por la tecnología digital?
Descubro una respuesta en la parábola del buen samaritano, que es también una parábola del comunicador.
El buen samaritano no sólo se acerca, sino que se hace cargo del hombre medio muerto que encuentra al borde del camino.
Jesús invierte la perspectiva: no se trata de reconocer al otro como mi semejante, sino de ser capaz de hacerme semejante al otro.
Comunicar significa, por tanto, tomar conciencia de que somos humanos, hijos de Dios.
Que la imagen del buen samaritano que venda las heridas del hombre apaleado, versando sobre ellas aceite y vino, nos sirva como guía.
Que nuestra comunicación sea aceite perfumado para el dolor y vino bueno para la alegría.
Que nuestra luminosidad no provenga de trucos o efectos especiales, sino de acercarnos, con amor y con ternura, a quien encontramos herido en el camino.
No tengan miedo de hacerse ciudadanos del mundo digital.
La revolución de los medios de comunicación y de la información constituye un desafío grande y apasionante que requiere energías renovadas y una imaginación nueva para transmitir a los demás la belleza de Dios.
Podéis leer el texto completo aquí.
Vía ACI prensa