Camina precedido por unos zapatones blancos y negros que parecen un tablero de ajedrez. En el costado de su chaqueta dorada, retales de todos los colores rompen cualquier intento de seriedad por su parte. Son una declaración de intenciones, a la que se suman tres enormes botonazos naranjas y dos islas de pelo electrificadas a ambos lados de su cara teñida de blanco.

Pepo se dirige al público. Pide un ayudante. Henar, con su poco más de metro de altura y su sonrisa rubia, se ofrece. De su maleta mágica, Pepo saca un pañuelo morado que, a poquitos, introduce en el puño de su mano derecha hasta que, sin explicación aparente, hace desaparecer por completo.  Muestra la palma desnuda y asegura que el pañuelo ha ido a parar a la bota de Henar.

Ésta, incrédula, se deshace de su zapato a petición del mago, que encuentra en la suela, voilà, el pañuelo huido. Y mientras el auditorio rompe en aplausos, Henar, con un zapato sí y uno no, sonríe de medio lado y tan sólo señala al mago con el índice de su mano derecha, como remarcando la hazaña de Pepo. Como empezando a creer en la magia.

Como ella, cada año cientos de niños tienen la oportunidad de disfrutar de las habilidades y la torpeza pretendida de Pepo, que es actor, mago y payaso desde hace 32 años.

Tiene 50 y la primera vez que realizó una representación fue a los 18 después de ver un anuncio en el tablón de su facultad en el que se solicitaba gente para formar un grupo de teatro.

Pepo colgó en aquel momento los libros de la recién comenzada carrera de Filología Hispánica y supo que quería dedicarse al arte. Después de rodar por la piel de multitud de personajes en diferentes compañías, de ejercer como payaso incluso en el programa de televisión ‘¿Qué apostamos?’ y de ganarse la vida yendo y viniendo, conoció la labor de la asociación sin ánimo de lucro Payasos Sin Fronteras, y comenzó a colaborar con ellos de forma totalmente altruista hace ocho años.

Pepo trabaja como muchos actores, saltando de bolo en bolo. Y como no tiene un horario de trabajo fijo, cuando consigue resolver las facturas de la luz, el teléfono y otros gastos por un mes entero, hace la maleta y emprende viaje con Payasos Sin Fronteras.

Es lo que en la asociación llaman ‘expediciones’ y que consiste en llevar la risa como acción terapéutica a miles de niños que viven situaciones de pobreza e injusticia en países en conflicto o países víctimas de catástrofes naturales o víctimas de catastróficas gestiones gubernamentales.

Un equipo de tres o cuatro profesionales del humor y las técnicas circenses desembarcan en el país al que son llamados, generalmente, por otra ONG (Médicos Sin Fronteras, Terre Des Hommes, Intermón o la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, entre otras) que trabaja en aquel lugar y que considera que la acción de los payasos allí es importante.

Ellos acuden y visitan hospitales y colegios haciendo reír a los más pequeños y también enseñando sus técnicas a los mayores del lugar para que éstos puedan a su vez continuar su labor.

La primera expedición en la que Pepo se embarcó tuvo como destino Namibia.

Tenía muchas ganas de conocer África y dice que la experiencia le sirvió para recibir una importante lección de dignidad por parte de los africanos: a pesar de que en los colegios que visitaban la ración diaria de comida –cuando la había- no excedía de una papilla de maíz, a Pepo le sorprendió que todos aquellos niños no dejaran de sonreír en todo el día.

Y de reír a mandíbula batiente cuando él y sus compañeros desplegaban ante ellos sus trucos y sus payasadas. Ésta fue la primera toma de contacto de Pepo con una realidad pobre, pero no la única. Al año siguiente, en 2006, Payasos Sin Fronteras realizó su primera expedición a Haití, en la que él también participó. La llegada de tres payasos con narices rojas, trajes estrafalarios y color de piel blanco a una de las escuelas del país caribeño supuso la revolución.

Los niños al verlos corrieron despavoridos gritando de miedo a abrazarse a las faldas de su profesora. Claro. Porque en muchos lugares del mundo un niño, aunque parezca mentira, no ha visto nunca a un payaso. No ha disfrutado de la inocencia que transmite. No ha soltado una carcajada con ningún torpe tropezón.

Y por eso a Pepo y a los otros integrantes de la comitiva les costó unas buenas horas hacerse con aquel público que los temió en un principio, pero después del espectáculo terminó por adorarles. Tanto que una niña se abrazó empedernidamente a Pepo y no quería despegarse de él ni con agua caliente. Y aquel abrazo se grabó en el corazón del payaso que, como todo buen payaso, también es niño por dentro.

En un país como Haití, en el que existe el sistema conocido como ‘restavek’, y por el cual muchos niños de familias pobres son enviados a la ciudad con otras familias para ser explotados laboral y sexualmente a cambio de educación, las misiones de envío de comida y enseres no pueden ser suficientes nunca. Ahí es donde entra la labor de Pepo y de sus compañeros en Payasos Sin Fronteras.

Ellos luchan por mejorar la situación emocional de los niños y niñas y devolverles un trozo de su ingenuidad. De ésa que les corresponde pero que alguna injusticia se ha empeñado en robarles. Si un niño ríe cuando un globo se convierte por azar en un perro, que además ladra, una parte de la batalla está ganada.

Ésa es la lucha de Pepo, que ha viajado también a Kosovo y a El Salvador, donde ayudó a formar un grupo de teatro entre la gente local. Y que volvió a Haití este año, después del salvaje terremoto que acabó con la vida de 200.000 personas.

Cuando él y sus compañeros de expedición aterrizaron en febrero en Puerto Príncipe, la situación era todavía más dramática que la de hace cuatro años. Los compañeros de asociaciones humanitarias les dijeron después de su espectáculo en un campamento de refugiados que hacía un mes que no veían sonreír a los niños que se habían quedado sin casa y, en muchísimos casos, también sin familia.

Pepo es un payaso que regala trucos de magia, globos y porciones de esperanza en las latitudes a las que se le llama. Pero regala sobre todo su tiempo y una firme creencia de que hay que revertir las injusticias. Ya. Hoy. Él lo hace a golpe de sonrisas. Y a cambio de nada.

Vía Marisa Paredes en Periodismo Humano