¿Sois de los que en seguida os apuntáis a una caminata o de los que se os cae el mundo encima cuando un día escucháis eso de «¡este verano subiremos tal cima!»?

Seguramente muchos de vuestros amigos o familiares no entienden qué gracia tiene esto de caminar quilómetros y quilómetros.

Andar por estrechos y empinados caminos quebrantapiernas.

Cansarse tanto que al día siguiente hasta te duelen las pestañas.

Morir de frío o de calor durante la ascensión (porque es así, o frío o calor, no hay la opción «temperatura normal»).

 

¿Por qué hacer esto con lo bien que se está en el sofá de casa, tumbados en la arena o comiendo un rico helado?

Algunos le llamarán satisfacción, otros placer, otros superación, exigencia, logro, reto, confianza en uno mismo, poder, querer.

Y llegar arriba y observar el asombroso paisaje que tenemos delante.

Cerrar los ojos y tomar una buena bocanada de aire fresco y puro.

Rehacer el camino desde las alturas y ser conscientes de la proeza que acabamos de hacer.

Sacar la foto de rigor que quedará enmarcada no sólo en un álbum fotográfico, sino también en nuestra memoria.

O como decía BP… «Subid a la montaña, pero cuando lleguéis a una cima gloriosa que domina una gran panorámica, sentaos solos aparte y meditad, meditad siempre».

 

Lo que está claro es que indiferentes no nos quedamos.

¿Qué sentís vosotros?

¿Qué sensaciones notáis, a parte de agujetas y dolor de piernas?