A todos nos ha pasado, como castores o lobatos, que tenemos un día crítico durante los campas.
De repente te dolía todo.
Infinitas mariposas haciendo desagradables cosquillas, primero en el estómago y después en la garganta; las heridas y rasguños (que a la vuelta de campas lucías como auténticas cicatrices de guerra) te dolían una barbaridad; todo se te hacía una montaña, cualquier paso, ni que fuera para ir a la tienda a por un jersey, era una proeza.
De repente el campa se convertía en el peor lugar de la tierra y te pensabas que estabas a kilómetros y kilómetros de tu hogar, ¡oh, dulce hogar!
Y, finalmente, llegaba el llanto.
Tu responsable te daba una manzanilla para el dolor de barriga, aunque sabía perfectamente que lo que realmente necesitabas era un buen abrazo.
Aquella manzanilla-abrazo era como una pócima mágica.
Ahora, unos cuantos años más tarde, ya no somos aquellos castorcillos a quienes tenían que consolar cuando llegaba la famosa noche crítica de campas.
Ahora somos los responsables que tenemos que lidiar con la añoranza de nuestros castorcillos, que se contagia y expande entre la rama a velocidad cósmica.
¿Qué recursos tenéis para calmar esta tristeza, estas ganas de volver a casa ni que sea por 10 minutos?
Allí van algunas ideas que seguro que habréis puesto en práctica más de una vez…
- Una buena conversación para demostrarles que estás allí, que pueden contar contigo y explicándoles que tú también echabas (o echas) de menos a tus seres queridos
- Contar estrellas del cielo
- Hacerles cosquillas
- Promover un abrazo conjunto con todos los allí presentes
- Distraerlos con alguna tarea o actividad
- Pedirles que sean vuestra mano derecha en la actividad de aquella noche
- Que escriban o hagan un dibujo que les gustaría enviar a su familia
¿Qué más se os ocurre?
¿Compartís vuestras ideas?
Foto vía GS Sayela