En esta entrevista, Rafael nos ayuda a descubrir lo qué significa ser misionero, estar enamorado de Jesucristo y su Evangelio.
Y sobre todo nos muestra la alegría que nace de disfrutar de aquello que es esencial, una alegría que, en la misión, renace cada día.
Rafael Quirós Gracián es sacerdote diocesano de Barbastro-Monzón, dónde fue ordenado en 2004.
Tras seis años de trabajo pastoral en diferentes parroquias de la diócesis aragonesa, respondiendo a una vocación que ya venía de sus años de infancia, fue enviado como misionero a Fô Bouré, diócesis de N´Dali (Benín).
Esta diócesis se sitúa en el norte del país, zona de sabana con un clima semiárido.
Como ocurre en el resto del país, la economía está poco desarrollada y se basa en la agricultura de subsistencia, a pesar de la gran abundancia de recursos naturales, explotados por empresas extranjeras.
Las consecuencias de esta situación las sufren los más pobres, en Benín solamente una de cada tres personas está alfabetizada y el acceso a la salud fuera de las ciudades es difícil.
Estamos hablando de un país en el que más del 50% de la población tiene menos de 15 años, donde menos del 3% llega a cumplir los 65 y en el que la mortalidad infantil supera el 14 por mil.
En Benín los católicos no llegan al 30% y la mayoría de la población sigue las religiones tradicionales africanas, habiendo un porcentaje en torno al 14% de musulmanes.
¿De dónde surge tu vocación misionera? ¿Por qué en Africa?
Mi vocación misionera surge desde la infancia, la que no tenía tan clara, vamos poquísimo clara, era la de sacerdote, eso vino de mayorcico.
Creo que el haber escuchado siempre que había gente que carecía de lo mínimo me marcó mucho.
Lo de África ha sido con el devenir del tiempo.
Siempre me atrajo, pero reconozco que lo de las lenguas me daba cierta pereza.
Es un continente ciertamente abandonado por casi todo el mundo y merece la pena hacer el esfuerzo.
¿Qué es lo que aporta África a tu vida como misionero?
La misión donde me encuentro, en Benín, aporta a mi vida muchas experiencias intensas, volver a lo más esencial de la vida, ser consciente de lo importante que es el aprovechar cada día con las cosas que importan.
La muerte forma parte de la vida y eso aquí se hace muy latente y te hace centrarte en lo que de verdad es importante.
¿Qué tiene que ofrecer la Iglesia de África a la Iglesia Universal?
Creo que habría que distinguir entre la Iglesia jerárquica africana y la gente de a pie.
Esta gente pobre y sencilla, de verdad es gente comprometida, que quiere a la Iglesia como su familia, donde encuentran acogida y apoyo verdadero.
No escatiman en trabajar en favor de la comunidad y de las otras gentes del pueblo.
Entienden realmente lo que es ejercer la caridad con el vecino, sin mirar su religión o etnia.
De hecho, con su ejemplo es como evangelizan y no hay mejor manera.
El lema del DOMUND de este año en España es «Renace la Alegría», ¿qué es lo que hace que esa alegría esté más presente en las Iglesias más jóvenes, en los territorios de misión?
Pues yo creo que todavía saben disfrutar de las cosas más insignificantes de la vida.
Su vida es de una sencillez extrema, sin muchas complicaciones, si pueden comer y tener salud para ir al campo a trabajar, o picar piedra, entonces es suficiente para dar gracias a Dios.
Si además pueden llevar a sus hijos al colegio, doblemente gracias.
Y es por eso que cualquier cosa les hace felices, cualquier mínimo detalle.
Son gente alegre y les encanta mostrar su alegría.
El que Dios haya dado la vida por ellos y les asegure la Vida Eterna les hace inmensamente felices.
En un país donde los católicos son minoría, ¿es fácil la convivencia con las otras religiones, especialmente con musulmanes y las religiones tradicionales africanas?
Pues en África es realmente complicado el tema. En Benín por ahora está tranquilo.
Tenemos algún problema con las otras religiones cuando alguien de sus familias quiere hacer el catecumenado y llegar al bautismo.
Realmente se lo hacen pasar mal, les llegan a pegar a veces.
Les quitan los hijos a las mujeres, les echan de las casas, etc.
Pero el que aguanta y llega al bautismo, para lo que hay que ser muy valiente, acaba siendo respetado.
En África la familia está por encima de todo. Otra cosa son las chicas jóvenes que son obligadas a casarse con algún musulmán y este les obliga a dejar la Iglesia, o los de la religión tradicional que las secuestran para hacerlas feticheras.
En ese trabajo estamos.
Y el tan traído y llevado ébola, ¿cómo se ve desde África?
Pues aquí hay una cierta preocupación por la posible llegada de la pandemia, pero en realidad están más preocupados porque la cosecha se dé bien y poder comer todo el año, por la malaria que sigue matando a un montón de niños, por el último brote de cólera que en nuestra parroquia nos ha dejado sin un catequista…
La gran pandemia de África es la pobreza extrema, de la que se desentienden todos los países ricos.
¿Hasta qué punto vale la pena renunciar a todo para ser misionero?
¿A qué hemos renunciado?
En mi caso lo que más añoro es la familia y los amigos, porque en realidad no siento que haya renunciado a lo más importante, sino que aquí lo estoy viviendo de manera plena.
Soy un hombre enamorado de Jesucristo y su Evangelio.
Éste me enseña a estar siempre con los que más sufren, por lo que en realidad estoy cumpliendo un sueño y sintiendo que mi vida tiene pleno sentido.
¿Qué ha supuesto para la Iglesia africana la llegada del Papa Francisco?
Es pronto para contestar a esta pregunta.
Creo que el Papa Francisco está proponiendo un nuevo estilo, que en mi opinión ya empezó a plantear, en el plano teórico, Benedicto XVI.
Un estilo alegre y cercano, un estilo directo y está dándonos toques de atención a todos los que ejercemos un ministerio en la Iglesia.
Estos cambios tendrán que ir produciéndose, pero todavía no ha ocurrido.
A nuestra gente no le llegan noticias del Papa nada más que por nosotros, no están en la era de las comunicaciones y eso hace retardar las cosas.