Algunas ONG como Acción Contra el Hambre están dando la voz de alarma sobre esta crisis anunciada.
Sus orígenes son casi un calco de lo que el mundo acaba de presenciar en la otra punta del mismo continente: la producción local, fuertemente castigada por la falta de lluvia, es incapaz de abastecer a una población que ve cómo se disparan los precios de los alimentos que consumen (hasta un 85% más caros que la media del último lustro).
El retorno de quienes habían emigrado a Libia ha dejado a la región sin una importante fuente de remesas y los gobiernos locales son incapaces de hacer frente al coste que supone la infraestructura de almacenamiento o los mecanismos más básicos de protección social.
Las comunidades pastoralistas escapan a donde pueden dejando detrás o malvendiendo los restos del ganado que constituía su único sustento.
El mensaje de Acción Contra el Hambre no puede ser más claro: estamos a tiempo para evitar la segunda catástrofe alimentaria africana en tan solo tres años.
¿No hemos aprendido nada de las lecciones del Cuerno de África? ¿De qué sirven los sofisticados sistemas de alerta temprana cuando la comunidad internacional tiende a ignorarlos de forma recurrente?
Mientras España y el resto de Europa cantan a coro las virtudes de la disciplina fiscal, las comunidades del Sahel se enfrentan a otro tipo de ajuste, el que escapa a las calificaciones de Goldman Sachs.
Solo en Níger 5,5 millones de personas (1 de cada 3) padecen ya inseguridad alimentaria.
A menos que los países donantes reviertan la preocupante escalada de recortes de la ayuda oficial, la región será incapaz para hacer frente a las medidas que frenen las peores consecuencias de la crisis y sienten las bases para revertirla.
En el medio y largo plazo no hay nada nuevo bajo el sol del Sahel: siguen necesitando la misma inversión en agricultura, las mismas reglas comerciales justas y las mismas medidas contra el cambio climático que sus productores y consumidores han estado reclamando durante décadas.
Pero la ilusionante respuesta política que surgió hace tres años tras la primera crisis del precio de los alimentos se desinfló como un globo viejo tras la cruzada fiscal.
El último G20 habló mucho más de Grecia que de África, dejando a un lado la fanfarria retórica de Sarkozy y de sus pares.
Pocas semanas después, las economías desarrolladas y emergentes dejaban claro en Durban su compromiso con la reducción de emisiones: «ya veremos».
No sé si ustedes o yo lo veremos, pero cuando se pregunten qué podríamos haber hecho para evitar la muerte innecesaria de cientos de miles de inocentes que agonizan a tres de horas de avión del salón de su casa, recuerden esta entrada y otras noticias similares.
Al menos no podremos decir que lo ignorábamos.
Vía Gonzalo Fanjul en su blog 3500 millones de El País
Imagen: Mujer en Chad. Foto: © UNHCR/H.Caux