Estaba dibujando el árbol de ceiba alta que se cayó a través de nuestro arroyo de truchas.

Es un hermoso lugar en la densa selva tropical y frecuentemente vamos allí para hacer días de campo.

Cuando nos acercamos al lugar, sonamos la bocina y, si caminamos por la espesura, hablamos fuerte y hasta gritamos.

No porque seamos sordos sino para prevenir a otros habitantes de la selva que estamos allí.

Los otros habitantes son los rinocerontes (qué palabra para deletrearla) que, si son avisados, prefieren alejarse.

Si avanzáramos quietamente nos toparíamos con alguno quizá a la mitad de su siesta, se sorprendería y alarmaría y, enojado, arremetería contra nosotros con su desagradable cuerno.

Cuando está alterado es como un camión de carga manejado por un chófer ciego.

Pero no son los rinos de lo que quiero hablar, amén de decirles que usen el sentido común al tratar con ellos. No.

Es acerca del árbol caído de lo que quiero hablar.

Me acuerdo de un reto de construir un puente en África Occidental hace mucho tiempo.

Éste también fue un caso de sentido común.

El sentido común es lo más útil y valioso de tu carácter. La pena es que ¡tan pocos sepan usarlo!

Prefieren guiarse por lo que está escrito en los libros en lugar de usar su inventiva.

Bueno, volvamos al árbol caído de África Occidental.

Habíamos llegado a un río muy angosto pero muy profundo y de corriente rápida que nuestra columna tenía que cruzar.

Nosotros éramos una avanzada de exploradores y pioneros que arreglábamos el camino para las tropas que marchaban con algunos días de retraso detrás de nosotros.

El ingeniero que me acompañaba hizo planos a escala de un puente de madera para cruzar el río, de tal forma que iba a llevarnos 2 o 3 días o quizá más.

Yo hice lo que espero que un scout haría, no usé el manual sino el sentido común.

Calculé el ancho del río y busqué un árbol de esa altura que se levantara cerca del flanco del río.

Casi de inmediato localicé una ceiba. Lo derribamos a hachazos y lo cortamos de tal modo que cayera directamente a través del río.

En unos cuantos minutos mis exploradores estaban cruzando el río y media hora después los hacheros le habían nivelado la superficie para hacer un camino plano y construido un pasamanos de bambú.

Dos días después llegó el grueso del ejército.

El puente del Ingeniero no estaba totalmente terminado, así que la columna tuvo que contentarse con pasar en fila por un camino más humilde: la ceiba transformada en puente.

Unos cuantos meses después, la columna regresó de su expedición.

Uno o dos días antes de llegar al río, hubo una tremenda tempestad que arrastró el puente del Ingeniero convirtiéndolo en mil pedazos.

El agua pasó sobre nuestra ceiba, pero cuando las aguas bajaron, ahí estaba nuestro viejo tronco, tan firme como siempre.

Así que cuando llegó el ejército estuvieron agradecidos de contar con nuestro humilde pero seguro método de cruzar.

Vía Rema tu propia canoa