Ser una especie de Mary Poppins que sabe cantar, coser, volar e improvisar un musical cuando el ambiente está decaído.

Ser la persona más paciente del mundo y a quien no le importa pasarse una mañana entera doblando el saco de dormir de los castores.

Ser agente privado capaz de encontrar aquella bota desaparecida o resolver el caso «quién se ha comido la nocilla de la tienda de intendencia».

Ser muy creíble para demostrar que todo va bien ante una situación peligrosa o delicada.

Ser un experto en todos los ámbitos, desde las bellas artes a la metafísica, para dar respuestas a las preguntas más surrealistas.

Ser como un pez, que tiene una visión de 180º, y así poder controlar todo lo que pasa a nuestro alrededor.

Ser el médico de cabecera perfecto para detectar cualquier síntoma y cirujano cuando hay que sacar la típica astilla clavada en el dedo.

Ser una criatura extraña capaz de aguantarse la risa en situaciones en las que tenemos que aparentar ser una persona muy, muy seria.

Ser psicólogo, para dar consejos a nuestros chavales y saber comprenderles.

Ser la persona más creativa para contar cuentos e ingeniar soluciones cuando faltan los palos de las tiendas, empieza a llover a mansalva o hemos olvidado descongelar las croquetas para la cena.

Ser padre y madre de una rama entera para dar las buenas noches cada día, desear dulces sueños y estar ahí cuando los más pequeños los echan de menos.

Pero sobre todo…

Ser responsable es volver a ser niño: porque jugamos, nos divertimos, disfrutamos y aprendemos como ellos.