Antonio Matilla, Consiliario de Scouts MSC, reflexiona sobre el evento católico que acaba de terminar.
Llevo meses diciendo que la Jornada Mundial de la Juventud empieza, en realidad, el 22 de agosto. En la diócesis de Salamanca, por ejemplo, peregrinos de los cinco continentes plantaron un pequeño olivo en un tiesto que se fue rellenando con los saquitos de tierra traídos de cada uno de los treinta países presentes.
Fue al comienzo de la Eucaristía celebrada en Alba de Tormes bajo la bóveda vegetal del bosque de ribera que da sombra a las playas, convertido por una mañana en templo. Doce grandes árboles nos protegían del sol. Cuatro, el número de la tierra –fuego, aire, tierra y agua-, multiplicado por tres, el número del cielo –Dios Trinidad- que potencia a la tierra y a la historia humana –la vida de los jóvenes- y la lleva a plenitud.
La fe en Dios, a través del encuentro personal con Cristo en la Iglesia da a los jóvenes esperanza de completa realización personal. Es el momento de ayudar a la planta a crecer.
En estos tiempos, como en casi todos, el culto a la personalidad está a la orden del día. Los cientos de miles de jóvenes que han coreado una y otra vez ‘Esta es la juventud del Papa’ no son tan tontos como para no ver que a Benedicto XVI -¡Ojalá viva muchos años!- ‘le quedan tres telediarios’.
En la Eucaristía de clausura del Campamento Scout celebrado en la Ciudad Universitaria, ya en Madrid, el obispo de Solsona, Xavier Novell, el más joven de España, envió a los dos mil scouts de veinticinco países allí presentes al encuentro con el Papa, pero sobre todo al encuentro con Cristo y con su Iglesia.
Poco a poco fue surgiendo la voz ‘Esta es la juventud de Cristo’. El calor no impidió a los jóvenes scouts captar lo esencial de la JMJ: es posible vivir la alegría de la fe en esta Iglesia vieja, imperfecta y frágil porque lo importante es Jesucristo. Ironía de Dios: los defectos de la Iglesia garantizan que la fe se viva con libertad y como fruto de una meditada reflexión personal.
La fe no es una ideología, sino lo que hicieron en ‘Cuatro Vientos’ cientos de voluntarios –s couts y otros- entrenados en vivir tempestades y días luminosos: cuando el barro sustituyó al vendaval, al aguacero y al trueno, ellos siguieron sirviendo a los peregrinos como anticipo de la ilusionante tarea de servicio a la sociedad que les espera al regresar a casa.