Otro año más y ya son millones los niños que han disfrutado en los campamentos de los grupos scout de todo el mundo.

Los chavales de distintas ramas conviven durante unos días en la naturaleza, dentro de un clima de compañerismo y amistad.

Además de ello, también vuelven a casa con un montón de experiencias y nuevas anécdotas que contar ansiosos a sus padres, madres y amigos.

Pero no solo ellos, también los que fuimos un día chavales y ahora somos monitores. En mi caso, llevo 8 años unido al grupo scout Eskubeltz del municipio de Getxo (Vizcaya).

Siete años como chaval, y como monitor llevo un año, más los que me queden…

Dentro del grupo he aprendido cosas que en ningún otro sitio me podrían haber enseñado: a hacer un vivac, a cocinar para 120 personas (que, aunque no lo creáis, tiene su complicación), a orientarme con la posición del sol o el musgo del tronco de los árboles, etc.

Pero además de esto, también me quedo con las miles de experiencias vividas en campamentos con las que todos hemos reído, llorado, lamentado, disfrutado, enfadado, perdonado… experiencias con las que hemos crecido como personas y como scouts.

Cuando me paro a pensar, las primeras anécdotas que me vienen a la cabeza son las típicas de todo campamento: que si a fulanita se le ha caído la bota en el kakaleku (en euskera, kaka=caca; leku=sitio; literalmente, “sitio de la caca”, “letrina”); que si me he bañado en un río a 7º C y me he jabonado con chimbo para contaminar lo menos posible, y un largo etcétera.

Rebuscando en mi mente me encuentro con otras muchas y algunas de ellas plasmo a continuación.

Recuerdo el volante en Burgos del 2007, cuando estaba en la rama Oinarinak II (14 años).

El jueves de esa semana nos tocaba la etapa más larga y complicada por montaña. Eran las ocho de la tarde y seguíamos en ruta cansados y ansiosos por llegar al pueblo donde dormiríamos esa noche.

De repente, la pista que seguíamos acabó en un precipicio de 70 metros de altura. Ese no podía ser el camino correcto.

Después de que estuvieran los monitores buscando la ruta correcta durante casi una hora, pusimos de nuevo rumbo al pueblo.

Llegamos a las 23:30 de la noche y montamos las tiendas de campaña en el jardín de la iglesia, mientras se cocía el arroz con tomate que había para cenar.

Sin duda una aventura en la que, a lo largo del día, anduvimos 29 kilómetros, siete más de los previstos en un primer momento.

¡Ah! Y que conste que no nos perdimos ni nos confundimos de camino, cogimos una “ruta alternativa” (expresión que se suele decir a los chavales para que no cunda el pánico cuando pasan estas cosas).

Otra experiencia de la que estar orgullosos fue en el campamento conjunto con el grupo Argizai de Galdakao en 2010 en Loma de Montija (Burgos).

Siendo Trebeak I (17 años) tuvimos que estar 6 horas atados con una cuerda a un árbol.

Me explico. La aventura de campamento fue la película de Avatar y a los mayores nos tocó hacer de los humanos malos.

El hilo conductor terminaba en que los humanos eran capturados por las criaturas Avatar y por lo tanto, nos tocó estar desde la hora de la merienda hasta las doce de la noche atados a un árbol de la campa para dar más credibilidad a la aventura.

Recuerdo también que los monitores nos daban de beber y de comer a escondidas de los más pequeños.

Sin embargo, una de las peores noches en –de momento- mi breve vida como monitor ha sido este campamento con el grupo scout de Durango, Inurri.

Una tarde, un par de mis chavales de 9 años empezaron a quejarse de que les dolía la tripa.

No le di mucha importancia y les mandé a jugar por ahí.

Al rato, volvieron con el mismo dolor y con otras personas que presentaban los mismos síntomas.

A las ocho de la tarde comenzaron los primeros vómitos y ahí fue cuando pensamos que pasaríamos una noche de lo más “divertida”.

En cuestión de minutos, nos dimos cuenta de que el virus se había expandido por todo el campamento y por todas las ramas.

A las 12 de la noche, antes de comenzar la reunión del equipo de monitores, la cifra de infectados por gastroenteritis se situaba en más de un tercio de los chavales de todo el campamento y una cuarta parte de los monitores: en total unos 55 enfermos, de 130 personas.

El campamento parecía el Apocalipsis Zombi. Gran parte de la noche, los monitores la pasamos limpiando vómitos dentro de las tiendas y trasladando a todos los enfermos a un barracón para que no contagiasen a más compañeros.

La posibilidad de cerrar campamento estuvo durante esa noche y el día siguiente encima de la mesa, pero, afortunadamente, la mayoría de los casos se curaron en 24 horas y pudimos acabar el campamento como estaba previsto.

Aun así, ¿que serían los campamento sin momentos como estos? Pues sinceramente aburridos.

Los campamentos están para vivir esas cosas que no puedes vivirlas en tu día a día, en tu trabajo, en el colegio, en la universidad, y compartirlas con una gran familia, como es el escultismo.

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Vía Gonzalo Loza Pérez, del grupo scout de Eskubeltz de Getxo