Al parecer, la mayor parte de los jóvenes españoles no están a favor de la Monarquía y verían con buenos ojos una forma de Estado distinta.
¿Una República? Antes, en los aledaños de 1968, lo que decían los jóvenes ‘iba a misa’, o sea que siempre tenían razón.
Pero hoy, con todos los esfuerzos que estamos haciendo para conseguir la igualdad, la cosa ya no está tan clara.
No es justo que la juventud, así, en general, si es que eso de ‘la juventud’ existe, tenga más garantía de poseer la verdad que otras capas de la población.
Ninguno de nosotros, ni siquiera los miembros del famoso Club Bilderberg, las 130 personas más poderosas, informadas e influyentes del mundo, tenemos todos los ases en la manga.
El mundo que hemos heredado y colaborado a construir-destruir es tan complejo que nadie puede dominar todas las variables, de modo que todos y cada uno, cada una de nosotros, sólo vemos una parte de la realidad.
De esta forma, cada uno elaboramos una ideología con la que, a partir de una pequeña parte, construimos una opinión, que no hace ciencia.
Y con esa pequeña parte tenemos que ‘hacer política’, decidir sobre nuestro futuro y, querámoslo o no, sobre el futuro de los que ahora no opinan porque no quieren hacerlo, o porque no pueden, por ser demasiado jóvenes o, incluso, no nacidos.
El riesgo que corremos de equivocarnos es alto.
Pero ese peligro no nos alivia ni un gramo el peso de nuestra responsabilidad.
Así que, las opiniones y, sobre todo, las decisiones políticas deben guiarse por la virtud humana y cívica de la prudencia, que es fruto de la ciencia y de la experiencia.
Los jóvenes actuales, la mayoría, tienen muchos conocimientos históricos.
Los adultos tenemos experiencia, o desilusión más o menos culpable.
Monarquía o república, ninguna de las dos es dogma de fe.
Pero una elemental norma de prudencia, tomada de la vida espiritual -religiosa, vaya-, dice que ‘en época de turbación no hay que hacer mudanza’.
O sea que, ahora, con la crisis, el descrédito de parte de la familia real y la incertidumbre nacionalista, no es plan de plantearse cambios en la forma de estado, no sea que nos ocurra como a aquella madre obsesa de la higiene que, asqueada de lo sucia
que había quedado el agua después de bañar al bebé, tiró el agua y con ella el bebé.
Antonio Matilla, sacerdote.
Consiliario General del Movimiento Scout Católico
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