Esto es la leche. Quiero decir, que la venta de leche por parte de los productores y la compra por las empresas lácteas deben someterse a contrato por escrito.

‘Verba volant, scripta manent’ (o sea, las palabras se las lleva el viento, pero ‘lo escrito, escrito está’, que dijo Pilato).

La palabra dada y el permanecer fieles a lo dicho van perdiendo fuerza.

Cuando era niño me encantaban los cuentos cuyas palabras desgranaban junto a mi oído mi padre o mi madre y esperaba con verdadero interés los sucedidos que contaba mi abuelo junto a la lumbre.

A la lumbre del fuego que ahuyentaba las fieras nocturnas a la entrada de la cueva, nuestros antepasados debieron calentarse el corazón y las cuerdas vocales para poder pronunciar las palabras mágicas: ‘mañana buen día caza’, o ‘ésta esposa tuya’, porque para lo de ‘te quiero’ seguramente faltaban milenios de civilización creadora de silencios.

El silencio sonoro siempre ha ido unido a la palabra, pues no hay otra forma de escuchar, ni otra manera de que la palabra rebote en las cavernas del pecho hasta asentarse en el corazón.

El silencio, como todo lo humano, puede pervertirse, como se quejaba amargamente delante del asesor matrimonial aquella esposa a punto de separarse de su marido: ‘si es que hace cinco años que no me dice que me quiere’, a lo que respondía el interfecto: ‘¿Y para qué se lo voy a decir, si ya lo sabe?’.

Hay palabras que se desgastan de puro callarlas: Dios, Patria, España.

Y otras yacen por los suelos, a punto de desangrarse por la paliza recibida: Justicia, Honradez, Solidaridad, Fraternidad, Igualdad, Iglesia.

Corren malos tiempos para la palabra; corren tanto los tiempos que superan, como un Baumgartner cualquiera, la barrera del sonido y, en el silencio vacío, la palabra se vuelve impronunciable: nadie la va a oír, mejor no emitirla.

Y viene el desgarro: la Evolución no ha tenido tiempo de crear modos de comunicación distintos de la palabra y nos volvemos sordos y mudos.

Pero siempre quedará un poeta para rescatarla, un músico que la cante, un enamorado que la susurre -apenas audible por la esperanza-, un orante que, con temor y temblor, se atreva a pronunciarla, a la espera de que el silencio sagrado la devuelva transformada en Palabra nueva y sanadora.

Antonio Matilla, sacerdote.
Consiliario General del Movimiento Scout Católico