La mayor riqueza estriba en los más de 26.000 niños, jóvenes y adultos que libremente se comprometen y se responsabilizan de su propio desarrollo como seres humanos.

Pero hay multitud de tesoros dentro de esta organización donde se cuelgan incontables mochilas repletas de recuerdos, sonrisas, complicidades, y travesuras que se saborean mejor confabuladas a la luz de la luna y al abrigo del vivac.

Dentro de un grupo scout es infinita la proyección de triángulos multicolores en forma de pañoletas que llevan impresas un montón de huellas imborrables, como muescas en el universo, aunque haya llovido mucho desde que se izaron por primera vez en el cuello de sus orgullosos portadores.

En las actividades semanales, suena inconfundible la llamada del silbato, para recordarte que formas parte de una manada, de una tropa o de una unidad, cuyas señas de identidad se decodifican a través de un grito que pregona al mundo tu presencia y tu compromiso, como bien decía Baden Powell, “el scout deja el mundo mejor de lo que lo encontró”.

Un fin de semana de acampada no solo se trata de dormir fuera de casa.

Allí te cruzas repetidamente con tu propio ser que te sorprende con aspectos sobre ti aún por descubrir.

Al compartir en grupo y en medio de la libertad de la naturaleza, los lazos te vinculan, te atan con nudos ballestrinque a la amistad y a la camaradería.

Al formar parte de una agrupación con esas características, es difícil sentirte como un lobo solitario.

Porque si en algún momento tu brújula personal se desorienta, siempre hallarás infinidad de pistas para tus respuestas al calor de una fogata, arropado por Akela, Bagheera y Hathi.

Si quieres vivir esta experiencia en primera persona, acude al grupo scout católico de tu comunidad, estaremos “siempre listos” para recibirte.

Grupo Scout Católico Tigotan

 

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