Pero no creo que el otoño sea la causa de mi melancolía, sino el comienzo del curso escolar, que uno siempre ha tenido ‘motor diesel’ y le cuesta arrancar.

O tal vez sean las decepciones pedagógicas, que se notan más con el peso de los años, en lugar de ver lo bueno, la botella medio llena.

O puede que un pesimista no sea más que, como dice el refrán, un optimista bien informado.

A lo largo de los años que he dedicado a la educación –cuarenta y tres como voluntario en la educación no formal y treinta y cinco como profesional en la educación reglada, escolar- ha habido de todo, más bueno que malo, pero negar lo negativo no es afirmar nada, sino ver las cosas como dicen que hace el avestruz, pobre, que no creo que sepa tanta epistemología.

Hemos padecido décadas de educación pretendidamente igualitaria, que es una cosa imposible, porque todos los alumnos que he tenido son diferentes entre sí, incluidos los gemelos.

Los varones son diferentes de las mujeres, sobre todo en determinados cursos, en los que las que son diferentes son ellas, que les dan cien vueltas a los chicos.

También hemos padecido la educación para la excelencia, aunque ésta no de modo oficial, desde el B.O.E. y los programas educativos de los partidos, que unos la niegan por definición y otros la definen, pero no se atreven a llevarla a la práctica, o lo hacen tarde.

No sólo los partidos tienen ‘política educativa’, también la tienen las grandes empresas, que van escogiendo con lupa los alumnos mejor preparados, que han logrado superar todas las leyes de mala educación.

Muchas familias han sacado de la escuela a sus hijos, porque los hermanos mayores, o los primos o vecinos, ganaban mucho en la construcción.

Hay alumnos que ven a sus vecinos, o incluso a familiares ‘forrarse’ y conducir vehículos potentes con el fácil recurso de vender polvos blancos de felicidad y excitación o pasta marrón de paz y fraternidad universal y, claro, si en la escuela no se estudia eso, hay que aprenderlo en otra ‘universidad’.

Con todo, la mayor parte de los alumnos y sus familias son normales y progresan adecuadamente.

Antonio Matilla, sacerdote.
Consiliario General del Movimiento Scout Católico