La de Juan López Sevillano (Zamora, 1946) es la historia de un cura salesiano que llegó a Avilés de modo accidental y acabó quedándose también por circunstancias.

Algo que le ha hecho «muy feliz», ya que, como a Clarín, ‘le nacieron en Zamora’, pero se siente asturiano «por muchas razones, pero la principal es la de la gente de aquí, su modo de ser, con el que me identifico», explica un hombre que cree que el sentido de su vida «es buscar la verdad y el compromiso que predicó Jesús de Nazaret».

Lo afirma sin pestañear, con una seguridad aplastante, la misma que le ha hecho «tener buenos amigos y algún que otro enemigo, porque creo que siempre he sido radical», asegura.

Y es que ser sacerdote en el siglo XXI «tiene más sentido que nunca», si hablamos de un hombre que actúa por convicciones.

Como por ejemplo, la que le llevó al seminario con apenas catorce años, acogiéndose a una vocación que iba tanto por la fe como por la enseñanza.

Entrar en los salesianos unificaba ambos aspectos, y tras licenciarse en Teología, con estudios que también abarcaban pedagogía, filosofía y psicología, le tocó recorrer diversos colegios del norte de España.

Pero fue al llegar al centro escolar de Ensidesa en Llaranes, que coordinaban los salesianos, en un ya lejano otoño de 1976, cuando la vida de este hombre enjuto y vital iba a pegar un vuelco.

«Llaranes era una especie de ciudad en sí misma, todo giraba en torno al barrio», asegura. Los jóvenes se prestaban al asociacionismo, ya fuera deportivo, cultural o de ocio, y Juan tuvo la idea de unificar todo esto en un grupo scout. «La verdad es que aquello del ecologismo, a mitad de los 70, era un poco confuso y levantaba algunas sospechas y dudas», refiere divertido.

Juntar aquel sentimiento de barrio, de amistad, de catolicismo y de amor a la naturaleza podía haber sido un fracaso, pero la verdad es que el grupo scout Caph «nunca ha bajado de 60 integrantes y ahora ya hay una segunda generación de miembros», con los hijos de los primeros que se embarcaron en una aventura que goza de mejor salud que nunca.

Tampoco cree que los jóvenes de hoy tengan menos ideales que los de otras décadas. Si acaso, «lo que hay son más opciones de divertirse y de consumir, y menos planteamientos de hacer algo por los demás». La solución, cree, «es demostrarles que se puede ser feliz con menos, y que hay beneficios en hacer cosas sin esperar nada a cambio». De nuevo un mensaje vital que aúna lo religioso con lo social, porque ser sacerdote «no es vivir ajeno a tu tiempo, sino lo contrario», insiste con su eterna convicción.

El grupo Caph tiene un lugar emblemático, que es el pico Gorfolí. Allí acudían y acuden cada cierto tiempo sus cerca de 90 integrantes, a un entorno a tiro de piedra de Avilés pero inmerso en plena naturaleza. Porque Juan López cree en las raíces, en la esencia. Está muy vinculado a las actividades formativas de tiempo libre desde su llegada a Avilés.

«Entonces éramos cinco salesianos: Agustín Rodríguez, Chema Farelo, Salvador Fernández, Juanjo Ruiz y yo, y cada uno cubría una parte de la formación, como un equipo que, de verdad, funcionaba muy bien». Tiene palabras muy sentidas a los dos primeros, ya fallecidos, que representaban «la vitalidad -Agustín- y la sabiduría -Chema-».

Con ellos vivió también uno de los episodios más amargos de la comunidad: la rescisión unilateral del contrato que vinculaba a la orden con el colegio de Ensidesa. De la noche a la mañana, hubieron de irse de Llaranes, pero como dice el dicho ‘Dios aprieta, pero no ahoga’: las monjas del Colegio Santo Ángel necesitaban el apoyo de otra orden para seguir manteniendo su colegio del barrio del Nodo, y allí acudieron.

Era 1982 y se abría una etapa que, con un par de interrupciones temporales en otros destinos, llega hasta hoy con Juan López en sus filas.

Desde entonces, allí ha sido profesor de la asignatura de religión, coordinador de pastoral, jefe de estudios y ha puesto todos sus esfuerzos para difundir la idea de Don Bosco, fundador de la orden salesiana, de educar con el sistema preventivo.

Siempre implicado en mil iniciativas relacionadas con el tiempo libre: colonias, jornadas culturales, encuentros con colegios de otras ciudades y países, sus queridos scouts y un centro juvenil que, con avances y retrocesos, sigue siendo lo que él califica de «asignatura pendiente».

Este año, Juan López cumple 65 años. «Puede que algún día me jubile de dar clases, pero de sacerdote, nunca», vuelve a afirmar con su proverbial contundencia.

Porque no concibe la vida sin compromiso. «En el colegio, hace años, decían que yo era un cura un poco ‘hippie’; puede que sea verdad, porque los salesianos tenemos la obligación de estar en contacto con los jóvenes, ser un poco como ellos», asegura.

Sea como sea, no quiere dejar escapar un sueño, que es ese centro juvenil frustrado.

El que un día echó a andar bajo el nombre de Abeyu, y que espera retomar «pensando en jóvenes desfavorecidos, de la calle, sin suerte; ahí está el mensaje del Evangelio».

De momento, su vida está en las aulas. ¿El futuro? «Dios dirá», resume el salesiano scout.

Via: La Voz de Avilés